En vida fue una de las mujeres más famosas e influyentes de su país, Estados Unidos. Hoy, ochenta y siete años después, el misterio de su desaparición continúa impulsando expediciones de búsqueda millonarias, además de libros, películas e innumerables artículos que tratan de reflejar su vida y desvelar el enigma de su muerte.
Se llamaba Amelia Earhart, y nació el 24 de julio de 1898 en Atchison, Kansas. Fue una niña activa, con gustos extraños para una niña de aquella época, que disfrutaba subiéndose a los árboles y disparando a pequeños animales con su escopeta. Al poco de cumplir la veintena, en 1920, asistió a una exhibición aérea. Lo que hoy no es habitual en aquellos momentos era extraordinario, y lo fue aún más para Amelia Earhart, que tuvo la oportunidad de subirse en uno de los aviones y sobrevolar durante diez minutos la ciudad de Los Ángeles. Al aterrizar, supo que aquello era lo que quería hacer durante el resto de su vida.
Adquirió de segunda mano, y por dos mil dólares, un pequeño aeroplano Kinner de color amarillo al que llamó “el canario”, y comenzó a tomar clases de vuelo. Lo hizo de la mano de Neta Snook, una pionera de la aviación estadounidense que se convertiría, tiempo después, en la primera mujer en dirigir un aeropuerto privado.
A cambio de un dólar por minuto, se iniciaron las clases de vuelo en el canario, y en una de ellas, Amelia tuvo un accidente al no poder evitar unos árboles que se cruzaron en el camino de su despegue. Aquel incidente no mermó las ansias de Amelia por volar y por hacerlo como nadie lo había hecho antes. Y así, en 1922 alcanzó el primero de muchos récords de aviación que habría de lograr en su corta vida: el de altitud, al volar a más de catorce mil pies de altura.
Amelia estaba decidida a hacer de la aviación su medio de vida, así que trabajó vendiendo aviones Kinner, construyendo pistas de aterrizaje y promocionando la aviación allá por donde iba, especialmente entre las mujeres.
En abril de 1928 le llegó la propuesta que habría de cambiar su vida y otorgarle la fama internacional. Amy Guest, una joven de familia adinerada y aficionada a la aviación, quería emular la proeza que Charles Lindbergh había logrado un año atrás: cruzar el Atlántico en un avión. Sería la primera mujer en lograrlo. Sin embargo, las presiones de su familia, que no querían ver a Amy arriesgando su vida en esa aventura, la hicieron desistir de su idea, o, más bien, la llevaron a modificarla: buscaría a otra mujer que hiciese el vuelo en su lugar.
A tal fin, la familia Guest contrató a Geroge Putnam, un publicista de Nueva York que habría de ser el responsable de dar notoriedad a a la expedición y de buscar a la mujer adecuada. Y la elegida, cómo no, resultó ser Amelia Earhart.
En junio de ese año se inició el viaje con algunos cambios sobre la idea original: no sería Amelia quien pilotase el avión — bautizado Friendship —, sino un piloto llamado Wilmer Stulz. Con ellos iría el mecánico Louis Gordon.
El Amistad despegó desde Terranova el diecisiete de junio, y al día siguiente tomó tierra en Gales. El aterrizaje estaba previsto en Irlanda, pero, pese al error de navegación, habían logrado cruzar el Atlántico. El logro estaba hecho.
Aunque no había sido ella quien estuvo a los mandos del avión, el ser la primera mujer en cruzar el Atlántico en avión le dio una fama bien merecida y un sinfín de reconocimientos. Aprovechó el momento para publicar un libro en el que narraba el viaje, Veinte horas, cuarenta minutos, que se convirtió en un éxito de ventas, y también para recorrer el país impartiendo charlas y conferencias. Lo hacía siempre acompañada por George Putnam, que sabía muy bien cómo sacar partido a la fama que Amelia Earhart había logrado. Y tal fue el roce durante ese tiempo, que su relación terminó en un matrimonio celebrado en 1931.
Siguieron años de promociones publicitarias, de charlas en las que abogaba por los derechos de la mujer y de reconocimientos públicos, pero Amelia quería algo más: quería nuevas aventuras y nuevos récords.
Así, el 20 de mayo de 1932 hizo otro viaje que reforzaría su imagen, y es que logró cruzar de nuevo el Atlántico, pero en esta ocasión lo hizo en solitario. Tres años después, logró cubrir otro trayecto histórico al recorrer la distancia entre Honolulu y Oakland, California — una distancia superior a la recorrida al cruzar el Atlántico —, y que había causado la muerte de todos los pilotos que lo habían intentado antes.
Ese mismo año comenzó a planificar una nueva aventura que habría de llevarla a dar la vuelta al mundo. El viaje, que se convertiría en un acontecimiento seguido por los medios de comunicación de todo el mundo, se realizaría en un Lockheed Electra, y la acompañarían el navegante Fred Noonan y dos tripulantes más en labores de mantenimiento y cuidado del avión.
El vuelo se iniciaría el 17 de marzo de 1937 desde Oakland, y la primera etapa habría de llevarles hasta Hawai. Sin embargo, un percance provocó que el avión se deslizase sin control sobre la pista durante el despegue, causando daños en el fuselaje. No hubo daños personales que lamentar, pero uno de los tripulantes atribuyó el accidente a un error de Amelia.
Aquello retrasó el vuelo y provocó su replanificación. En el segundo intento irían sólo Amelia y Fred Noonan, y la salida se haría desde Miami con la primera escala en San Juan de Puerto Rico. A partir de ahí, la vuelta al mundo a través de la línea del ecuador.
El viaje fue duro y difícil, y Amelia contrajo la disentería en Indonesia, pero cubrían las etapas, hasta el punto de que al llegar a Australia, Amelia decidió prescindir de los paracaídas, convencida de que no los necesitarían.
El 2 de julio partieron desde Lae, en Papúa Nueva Guinea. Habían recorrido ya dos tercios del viaje. En la zona estaba el guardacostas estadounidense Itasca, con el que habrían de mantenerse en contacto a lo largo de esa etapa.
A las 19:30, el Itasca recibió este mensaje: “KHAQQ llamando al Itasca. Debemos estar encima de ustedes, pero no les vemos. El combustible se está agotando”. Y una después, este: “KHAQQ a Itasca. Estamos en la línea 157337”.
La línea 157337 indicaba que el avión volaba hacia la isla Howland. A las 21:30 se consideró seguro que el avión se había estrellado en el mar, y el presidente Franklin D. Roosevelt, autorizó una búsqueda por mar y aire como nunca se había visto, con un coste superior a los cuatro millones de euros. Era una fortuna, pero se trataba de Amelia Earhart. Lamentablemente, no dio los resultados esperados y se suspendió el 18 de julio de 1937. Amelia Earhart fue declarada muerta el cinco de enero de 1939.
Su desaparición causó una conmoción en todo el mundo, especialmente en su país de origen, Estados Unidos, cuyos ciudadanos se encontraron, de pronto, sin uno de sus iconos.
La versión establecía que su avión se había estrellado en algún lugar situado entre cincuenta y seis y ciento sesenta kilómetros de distancia de la isla Howland, pero el paso del tiempo habría de sumar nuevas teorías, algún de ellas, increíble.
En 1940, otra isla habría de copar las noticias de todos los periódicos, Nikumaroro, un atolón coralino de cuatro kilómetros cuadrados que dos años atrás había sido colonizada por Gran Bretaña. El administrador de la colonia, Edward Gallagher, anunció que, cerca de los restos de una fogata, se habían descubierto trece fragmentos de huesos humanos, además de unos zapatos de mujer, otros de hombre, y una caja que había contenido un sextante. Se hallaron también restos de aves, peces, tortugas y almejas, y por el modo en que el pescado había sido comido — se habían dejado las cabezas —, se especuló que quieres allí habían estado no eran isleños. Surgió al instante la teoría de que se trataba de los cuerpos de Amelia Earhart y Fred Noonan, que se vio reforzada al hallar también varios recipientes de cristal, uno de los cuales podía haber contenido crema para ocultar las pecas.
Los restos fueron enviados a Fiji, donde David W. Hoodless dictaminó que todos los restos óseos correspondían a un varón. En 2023, sin embargo, otro estudio, en esta ocasión dirigido por Richard Jantz, profesor emérito de Antropología de la Universidad de Tennessee, estableció que se trataba de huesos de mujer, y que eran compatibles con una mujer de la estatura de Amelia Earhart.
Otra teoría decía que Amelia había sobrevivido tras dirigir su avión hacia las islas Marshall, controladas por los japoneses, y que ella y Noonan habían sido hechos prisioneros, acusados de espionaje, y ejecutados. Esta teoría contaba con el respaldo de una fotografía tomada en octubre de 1937, en la que se veía a una mujer con el pelo corto — de gran parecido con Amelia —, sentada en un muelle de atolón Jaluit al lado de un hombre que, supuestamente, sería Fred Noonan.
En 1970 se publicó el libro Amelia Earhart lives, de Joe Klaas, en el que se aseguraba que Irene Craigmile era, en realidad, Amelia Earhart.
Irene Craigmile, nacida O´Crowley el 1 de octubre de 1904, en Neark, Nueva Jersey, y banquera de profesión, se había casado con Charles Craigmile, y tras la muerte de este, con Alvin Heller, con quien tuvo un hijo. El matrimonio fue anulado en 1940, y en 1958 se casó con Guy Bolan.
En 1965, Joseph “Joe” Gervais, piloto retirado del ejército y muy interesado en el caso de la desaparición de Amelia Earhart conoció a Irene Craigmile Bolan en una reunión de pilotos retirados — ella había sido piloto y conocía a Amelia —, y se convenció de que era, en realidad, Earhart. Gervais compartió su convicción con Klaas, quien, en 1970, publicó su libro.
Irene demandó a Klaas y a la editorial McGraw Hill, que había publicado el libro, y consiguió que fuese retirado de las librerías. Supuestamente, obtuvo una indemnización a través de un acuerdo extrajudicial. Pero las dudas no se quedaron ahí: a la muerte de Irene, sucedida, el 7 de julio de 1982, Gervais solicitó autorización para tomar las huellas dactilares del cadáver, pero no logró su propósito.
A pesar de que el libro fue claramente refutado, y de que Irene aportó pruebas de que era quien decía ser, la teoría ha logrado resistir el paso del tiempo, hasta el punto de que se han publicado tres nuevos libros que insisten en esta versión: “Stand by to die”, de Robert Myers y Barbara Willey (1985), “Amelia Earhart survived”, del coronel retirado Rollin C. Resneck (2003), y “Amelia Earhart: Beyond the grave”, de W.C. Jameson (2016).
Otra versión mucho más creíble es la que ha provocado que Robert Ballard, conocido en todo el mundo por haber localizado en 1985 los restos del Titanic, se embarque en la búsqueda de los restos del avión de Amelia Earhart.
Esta teoría tiene un origen lejano en el tiempo, concretamente, en octubre de 1937, cuando un equipo del ejército británico dirigido por el oficial Eric Bevington, exploraba la isla Nikumaroro. En su recorrido tomó una fotografía de los restos de un carguero británico que había naufragado en la zona noroeste de la isla dos años atrás. Bevington no se percató de una pequeña mancha que quedó registrada en la imagen.
Décadas después, la fotografía de Bevington fue enviada al Grupo Internacional para la Recuperación de Aeronaves Históricas, TIGHAR por sus siglas en inglés, donde uno de sus analistas identificó un objeto que podría corresponder con los restos de un Lockheed Ellectra como el identificado por Amelia Earhart. Richard Gillespie, director del TIGHAR, compartió la fotografía con Kurt M. Campbell, subsecretario de estado para asuntos de Asia del Este y del Pacífico durante la administración de Barack Obama. Campbell envió la fotografía a expertos de la Agencia Nacional de Inteligencia Geoespacial estadounidense y con el Pentágono, y el resultado fue que aquella mancha de la fotografía de Bevington podía ser el tren de aterrizaje de un Lockheed modelo Ellectra.
Cuando Kurt Campbell mostró la fotografía ampliada a Robert Ballard, este, que desde años atrás había desestimado la posibilidad de buscar los restos del accidente por la amplitud del área a investigar, comprendió que el hallazgo de la fotografía Bevington había reducido considerablemente la zona de interés, y que esta tenía ya una dimensión que permitía intentar una expedición de búsqueda. Desde entonces, y con el apoyo de National Geographic, Ballard intenta desentrañar el misterio que se extiende ya durante más de ochenta años.
En diciembre de 2023, la empresa Deep Sea Vision, a través de su director ejecutivo, Tony Romeo, exoficial de inteligencia de la fuerza aérea de los EEUU, reveló unas imágenes que había obtenido a través de sónar a una profundidad de casi cinco mil metros. Romeo opina que la imagen muestra, sin lugar a dudas, la silueta de un Lockheed Ellectra, y que se encuentra en la ruta seguida por Amelia Earhart y Fred Noonan, pero ya han surgido voces que opinan lo contrario.
Tal vez el tiempo lo aclare, pues Romeo espera organizar en breve otra expedición que permita identificar más claramente los restos. Entretanto, el misterio sigue vivo, como el recuerdo de una mujer que descubrió su pasión y vivió su vida, hasta el fin, persiguiendo aquello que más quería.
R. L. Rodríguez