¿Quién será esta vez? ¿Cuánto tiempo habrá de transcurrir hasta que mi ira se desencadene? ¿Cuánta gente sufrirá las consecuencias de ello?
No lo sé, pero si de algo estoy seguro es de que sucederá, y alguien, cualquiera, lo pagará con su vida.
Hoy vuelvo a sentirme confuso. Me encuentro acechado, casi asediado, y todo lo que tengo alrededor se me antoja peligroso. Nada me resulta familiar ni conocido, y mi cuerpo, tembloroso y febril, reacciona con brusquedad ante cada uno de los estímulos que recibe.
Aún recuerdo lo que ocurrió la última vez que me encontré así, cuando cualquiera de las personas que se cruzaba en mi camino se volvía muy apetecible a mis ojos. Entonces, un sudor incipiente comenzaba a humedecer mi cuerpo; pequeños escalofríos recorrían mi nuca, exacerbando mis instintos, aumentando mi furia…
Aquel día, simplemente, le tocó a él. Pasaba por allí en el momento equivocado. Nada más.
Las turbias imágenes que siempre abotargan mi mente eran entonces demasiado aterradoras, y yo, incapaz de soportar por más tiempo el daño que me ocasionaban, no pude contenerme.
¡Lo intenté! ¡Vive Dios que lo intenté! Pero no pude.
El influjo del horror es demasiado grande como para obviarlo, y mi valor, por desgracia, demasiado escaso.
No sé; quizás no sea tanto ese influjo como el hecho de que mi naturaleza me empuja a ello; quizás no se deba a que mi mente esté ahora enferma y sí, por el contrario, a que siempre he sido así.
Tal vez. ¡Quién sabe?
A decir verdad, siempre me he sentido atraído por la violencia. Ya desde pequeño lo sentía; cuando golpeaba a mis amigos y los estrujaba entre mis brazos, cuando los insultaba, cuando les escupía…
Pero hoy, sin embargo, es distinto. Hoy…ese impulso es desmedido.
Recuerdo que me acerqué a él. Fue muy fácil; caminaba distraído y no se dio cuenta de nada; quizás estuviera pensando en la cena que disfrutaría al llegar a su casa; o en sus hijos, a los que pronto besaría…
Le golpeé. Hundí el martillo en su cabeza una y otra vez, de un modo frenético, compulsivo, casi histérico. La sangre manaba con violencia; primero, como una erupción, como un vómito brusco o un chorro repentino; después, cuando la herida era ya muy grande, a borbotones, algo entorpecidos por el cabello.
Al verlo, cerré los ojos por unos segundos. Quería disfrutar aquel instante tan excelso.
Cuando los abrí de nuevo y lo miré, la sangre que brotaba de su cabeza, densa, casi gorda, avanzaba a paso lento hasta el sumidero.
No sé por qué, pues nunca lo había hecho hasta ese momento, pero algo me incitó a ello.
Al ver aquel charco bermellón, brillante, casi untuoso, se despertó en mí un apetito…hummm, ¿cómo diríamos? ¿Goloso? ¡Sí! Goloso es la palabra.
Extendí entonces la mano y hundí mis dedos en aquel líquido tibio. Luego los contemplé, empapados de una vida huidiza y derrotada…y los lamí con avidez.
¡Ahhh! ¡Me gustó!
No sé. Quizás sea un paso más del proceso, cuando ya sólo importa la muerte; cuando sólo mi hambre es la protagonista.
Sea como fuere, hoy vuelvo a sentirme así. Y ya no hay vuelta atrás.
Ahora te miro.
Lees en el ordenador, ajeno a cuanto te rodea, pensando que estas frases no son más que eso: pequeños trazos que alguien ha escrito con mayor o menor acierto.
¡Ja!
¡Espera! ¡No te des la vuelta! ¡Ya estoy aquí! Y tiemblo de emoción al verte.
Gervasio López